Retroceder las imágenes en mi cabeza y volver los años recordando aquel dialelo,
círculo vicioso que no podíamos dejar de transitar. Peleas, disculpas, risas y
peleas. Cuando sientes que estas cansado de toda tormenta, cuando quieres
terminar pero no sientes el cuerpo, cuando no hay fuerzas. Sale el sol, y
entiendes lo demás. Entiendes que ha despertado pero no que siempre quedara. No
conociéndolo, con su orgullo bien en lo alto, y sus tan seductoras historias de
penurias amorosas, que lograban ensuciarme frente a los alrededores hasta por
debajo de mis uñas.
Yo había sido firme, solo quería a ese hombre como un amigo; solo que eso no le bastaba, porque debajo de sus ojos no sentía nada más que rencor y celos, impotencia y venganza. Sabia jugar bien las cartas, era el maestro de las máscaras. Conocía mis movimientos, afirmaba con sonrisas tener la habilidad de usarme como un as para matar, un viejo títere que acababa de encontrar. Pero no podía manejar mis sentimientos, y saberlo lo hacía perder el control. Era un caballero de armadura reluciente, que pasando los años se oxidaba como sus esperanzas de complementarse. Lo amaba como un hermano, y él a mí, como una arpía de un mal sueño que no lograba despertar. No conocía las consecuencias, temía vivir encadenada a aquella desdicha por siempre. Tampoco sabía cuanta carga de culpa llevaba en todo eso, solo no quería lastimar mas nuestros sentimientos. La distancia tomo el trabajo de dividir los caminos, de convertirnos en desconocidos. Y el karma dio vuelta mi cara, ahí supe lo que se sentía ser el. Era una pobre niña, una ignorante santa que sintió el cansancio del silencio brotar de sus venas y la necesidad de dejar atrás la infanta soñadora de príncipes azules. Ya no quería mas las ropas de bebe, ni un hombre al cual amar. Contrario a mi destino, concreto sus sueños de complemento, de ensalce afectuoso de una obsesionada mujer que no lograba entender mi ya poco interés. Habíamos crecido, había aprendido del cambio. Quizás el destino se encargue algún día de dar algún punto, o dejarlo como esta, tal y como decidió quedar…Atrás.
Yo había sido firme, solo quería a ese hombre como un amigo; solo que eso no le bastaba, porque debajo de sus ojos no sentía nada más que rencor y celos, impotencia y venganza. Sabia jugar bien las cartas, era el maestro de las máscaras. Conocía mis movimientos, afirmaba con sonrisas tener la habilidad de usarme como un as para matar, un viejo títere que acababa de encontrar. Pero no podía manejar mis sentimientos, y saberlo lo hacía perder el control. Era un caballero de armadura reluciente, que pasando los años se oxidaba como sus esperanzas de complementarse. Lo amaba como un hermano, y él a mí, como una arpía de un mal sueño que no lograba despertar. No conocía las consecuencias, temía vivir encadenada a aquella desdicha por siempre. Tampoco sabía cuanta carga de culpa llevaba en todo eso, solo no quería lastimar mas nuestros sentimientos. La distancia tomo el trabajo de dividir los caminos, de convertirnos en desconocidos. Y el karma dio vuelta mi cara, ahí supe lo que se sentía ser el. Era una pobre niña, una ignorante santa que sintió el cansancio del silencio brotar de sus venas y la necesidad de dejar atrás la infanta soñadora de príncipes azules. Ya no quería mas las ropas de bebe, ni un hombre al cual amar. Contrario a mi destino, concreto sus sueños de complemento, de ensalce afectuoso de una obsesionada mujer que no lograba entender mi ya poco interés. Habíamos crecido, había aprendido del cambio. Quizás el destino se encargue algún día de dar algún punto, o dejarlo como esta, tal y como decidió quedar…Atrás.