La
ropa tirada en el suelo y los libros sin terminar como esta historia que
pareciera siempre volver a empezar. Puede
haber tantas pastillas en mi escritorio como mis ganas de perderme a mí misma,
dejarme caer en tus firmes brazos o besar tus raspadas mejillas. Podías cargarme
con tanta intensidad como una tormenta y hacerme entender cada día, que tan de
memoria me conocías; hacerme sentir como un simple manual, un animal
adiestrado. Repito la misma canción y acostada bajo el velador viendo moscas
buscar la luz; hay tanta desesperación en sus ojos que podía sentirme
igual. Al tanto estas de cada daño que causas, pero nada nunca podrás cambiar. Creer que existe una vaga esperanza que te haga discurrir debilita
cada fibra de mi cuerpo. Es como si no me perteneciera, como si dejara que me
usara conscientemente, sabiendo que me habla cuando quiere y me ignora siempre
que lo necesito. Aceptamos el amor que creemos
merecer, reconocemos nuestros errores y calculamos las consecuencias; dejando
atrás nuestros anhelos, y acostumbrándonos a lo prohibido; a lo tentador.
23 de febrero de 2013
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