Una helada peculiar entre todas las demás… una
fría como siempre pero contraria brisa comenzó a crear una especie de cambio,
aquel aura estaba dispuesto a dar una oportunidad a un nuevo sol. Pero el
viento dudaba al ver los ojos de aquel rostro tan distraído. ¿Esto es lo que en
verdad quería? Aquella estrella en el centro del sistema solar, lograba notar
que no anhelaba presencias cerca suyo, su corazón siempre fue como un libro,
todo el mundo podía leerlo. Había
visto un salvador, un redentor en una fría noche de invierno. Le hizo ver la
luz del día tan solo un instante, hasta que supo que no había nadie más, nada a
que enfrentar. Por tanto tiempo había deseado sentirlo hasta lo más profundo de
sus huesos, si tan solo lo hubiese visto. Ahora todos los rostros a su alrededor son
desconocidos, está en un mundo paralelo. Se precipita a un vacio pero oculta la
cabeza, ojala dejara de ahogarse en el dolor. Yendo a ningún lado, no tiene
destino. Es un ave que no puede volar, un humilde pingüino. Y ahora que nadie seca sus lágrimas, que nadie
estuvo para sacarla de aquel aire que le impedía respirar, sabe ha perdido pero
al mismo tiempo ha ganado. La han infectado con amor y llenado de veneno. Debía
sorber la tinta negra hasta sacarla, y aquella en su corazón ardía como el
mismo fuego; hasta que finalmente todo fue solo un silencio. No había más
dolor, no había más oscuridad. Había aprendido a sacar su propio veneno, había
sido su única salvadora. Por eso
decidió contemplar sonrientemente las estaciones que restaban de la mano de su
fiel gato con botas, de su siempre presente taza de té y su libro favorito.
Faltaba un mes para la primavera, cuatro para el verano, siete para el otoño y
una eternidad, para volverse a preocupar.
11 de agosto de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)